Iglesia Camino Real
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9. Las siete palabras de Cristo en la cruz.


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Juan 19:17-18.- Él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la calavera, en hebreo, Gólgota. Allí lo crucificaron con otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Introducción: Esta lectura bíblica nos invita a presenciar el drama presentado un día en el calvario. Nuestra mirada debe estar dirigida en el redentor crucificado, y nuestros oídos abiertos para escuchar esa voz sempiterna que ha cruzado todas las edades. Cada una de las siete palabras permite a visualizar y apreciar la importancia de la cruz. Un mundo en tinieblas, un cordero y una cruz fue lo que se veía durante aquel sacrificio.

Primera Palabra: Uno de los más terribles tormentos de los crucificados era la sed. Padre Perdónales porque no saben lo que hacen (Lucas. 23:34)
El lema de Cristo era orar por los enemigos. El pecador no es justificado por su ignorancia. El Señor expresa amor en lugar de ira.

1. Es coherente con la doctrina de Cristo sobre el amor a los enemigos (Mateo 5:44).

2. Con la oración del Padrenuestro (Mateo 6:9-13)

3. Con su propia conducta durante la pasión (Mateo 22:48.51).

Esto se transforma para todo cristiano en una:

* Una oración personal al padre celestial.

* Intercede por los mismos asesinos que le perdonan.

* Padre significa que hay una intima comunión entre el hijo y el Padre.

El propósito de la cruz era traer perdón y eso mismo hizo Cristo, pidió a Dios que perdonara a quienes lo mataban. Jesús pide ante Dios por los romanos, los líderes judíos religiosos (fariseos y saduceos), por los líderes romanos, por el pueblo de Israel y el pueblo gentil. Cristo estuvo allí intercediendo por cada uno de nosotros que como los que le mataron, tampoco sabemos lo que hacemos.

 

Sin pensarlo casi, solemos pronunciar esta "1ª palabra" de Jesús con un tono soberbio, como quien nunca ha pecado ni necesita perdón, suele ser nuestra excusa para decir: "que Dios te perdone... yo no"; sin saber que por esta suplica de Dios a Dios, nuestros pecados fueron perdonados. Nosotros somos los que crucificamos a Jesús y lo hacemos día a día, con nuestras mentiras, hipocresías, faltas de amor, miradas altaneras y mil cosas más. Esta oración al Padre, no es para mi vecino, o para aquel que no paso o acepto en la comunidad, es para mi... porque no sé lo que hago.

Jesús en la Cruz se ve envuelto en un mar de insultos, de burlas y de blasfemias. Lo hacen los que pasan por el camino, los jefes de los judíos, los dos malhechores que han sido crucificados con Él, y también los soldados. Se mofan de Él diciendo: “Si eres hijo de Dios, baja de la Cruz y creeremos en ti” (Mt .27:42). “Ha puesto su confianza en Dios, que Él lo libre ahora” (Mt.27:43). La humanidad entera, representada por los personajes allí presentes, se ensaña contra Él.

 

“Me dejareis sólo”, había dicho Jesús a sus discípulos. Y ahora está solo, entre el Cielo y la tierra. Se le negó incluso el consuelo de morir con un poco de dignidad. Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón de su Padre para los que lo han entregado a la muerte. Para Judas, que lo ha vendido. Para Pedro que lo ha negado. Para los que han gritado que lo crucifiquen, a Él, que es la dulzura y la paz. Para los que allí se están mofando. Y no sólo pide el perdón para ellos, sino también para todos nosotros. Para todos los que con nuestros pecados somos el origen de su condena y crucifixión. “Padre, perdónales, porque no saben…” Jesús sumergió en su oración todas nuestras traiciones. Pide perdón, porque el amor todo lo excusa, todo lo soporta… (1 Corintios. 13).

¡Cuántas súplicas les hacemos nosotros a los hombres, y qué pocas le hacemos a Dios!…

Y Jesús, que no había hablado cuando el otro malhechor le injuriaba, volvió la cabeza para decirle: “Te lo aseguro. Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

 

 

Segunda Palabra: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas. 23:43)

Las palabras del Señor dan esperanza a aquel crucificado arrepentido. En el mismo umbral de la muerte, cualquier persona que se arrepienta puede experimentar la salvación. ¿Que vio Cristo en este ladrón arrepentido? Fe. La Escritura dice: Sin fe es imposible agradar a Dios. Conversión. El que no naciere de nuevo no vera el reino de Dios.

 

Sobre la colina del Calvario había otras dos cruces. El Evangelio dice que, junto a Jesús, fueron crucificados dos malhechores. (Lucas. 23:32). Es la respuesta de Cristo a la súplica del ladrón arrepentido. Jesús le promete la vida eterna.

* Crucificado entre dos criminales.

* Cruz es el castigo de pena capital más horrible del gobierno romano.

* El que clama a Jesús puede estar seguro que él responde.

* La vida eterna comienza aquí y ahora.

* En Cristo encontramos la vida eterna.

 

No es cualquiera quien pronuncia como "Segunda palabra" esta promesa, es el mismo Camino hacia el paraíso y la Puerta a la vida nueva, con autoridad puede darnos este mensaje de esperanza. Hasta el último momento Jesús se preocupa por aquellos excluidos y marginados de la sociedad. A nosotros no nos es debido contradecir la Palabra de Dios, debemos velar por darle cumplimiento, por allanarle el camino.

 

La sangre de los tres formaban un mismo charco, aunque para los tres la pena era la misma, sin embargo, cada uno moría por una causa distinta. Uno de los malhechores blasfemaba diciendo: “¿No eres Tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!” (Lucas. 23:39). Había oído a quienes insultaban a Jesús. Había podido leer incluso el título que habían escrito sobre la Cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”.

 

 

 

 

Era un hombre desesperado, que gritaba de rabia contra todo. Pero el otro malhechor se sintió impresionado al ver cómo era Jesús. Lo había visto lleno de una paz, que no era de este mundo. Le había visto lleno de mansedumbre. Era distinto de todo lo que había conocido hasta entonces. Incluso le había oído pedir perdón para los que le ofendían. Y le hace esta súplica, sencilla, pero llena de vida: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”.

Se acordó de improviso que había un Dios al que se podía pedir paz, como los pobres pedían pan a la puerta de los señores. ¡Cuántas súplicas les hacemos nosotros a los hombres, y qué pocas le hacemos a Dios!… Y Jesús, que no había hablado cuando el otro malhechor le injuriaba, volvió la cabeza para decirle: “Te lo aseguro. Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Jesús no le promete nada terrenal. Le promete el Paraíso para aquel mismo día. El mismo Paraíso que ofrece a todo hombre que cree en El. Pero el verdadero regalo que Jesús le hacía a aquel hombre, no era solamente el Paraíso. Jesús le ofreció el regalo de sí mismo. Lo más grande que puede poseer un hombre, una mujer, es compartir su existencia con Jesucristo. Hemos sido creados para vivir en comunión con él.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tercera Palabra: Madre he ahí tu hijo, Hijo he ahí tu madre (Juan 19:26-27)

 

De todos los discípulos de Jesús, solo uno (Juan) estuvo cerca de Jesús durante sus juicios.

* Vemos que en el evangelio son rechazadas, palabras de Dios para quienes no tienen lugar en la sociedad.

* Con la muerte de Jesús, María quedaba desamparada, pero no fue demasiado su dolor como para olvidarse de su madre.

* Jesús nos deja un ejemplo para que todos podamos seguir, la iglesia de Cristo (los verdaderos hermanos de Jesús) está puesta para recibir al desamparado y necesitado.

 

El discípulo amado ya soportó la cruz, vio a su maestro y amigo sufriendo y muriendo, por eso Jesús lo recompensó tan pronto... le encomienda a María su Madre; pero ¿que significa esto? Jesús no quiere dentro de su familia ningún excluido, y María, sin ningún varón cerca que daría fuera de la sociedad... ¿volvemos al mismo tema que antes? ¿Los excluidos? Y es que la misión de Jesús se dirigía a ellos con especial predilección (Lucas. 4, 16-19). El "hermano de todos" no quiere que nadie quede fuera del Reino y de la liberación definitiva.

Y ahí junto a la Cruz estaba María, su Madre. La presencia de María junto a la Cruz fue para Jesús un motivo de alivio, pero también de dolor. Porque sabía Jesús que ella quedaría abandonada. Tuvo que ser un consuelo el verse acompañado por Ella. Ella que, por otra parte, era el primer fruto de la Redención. Pero, a la vez, esta presencia de María la madre de Jesús tuvo que producirle un enorme dolor, al ver en el Hijo los sufrimientos que su muerte en la cruz estaban produciendo en el interior de su Madre...

Al ver Jesús a su Madre, presente allí, junto a la Cruz, evocó toda una estela de recuerdos gratos que habían vivido juntos en Nazaret, en Caná, en Jerusalén. Sobre sus rodillas había aprendido el shema, la primera oración con que un niño judío invocaba a Dios. Agarrado de su mano, había ido muchas veces a la Pascua de Jerusalén… Habían hablado tantas veces en aquellos años de Nazaret, que el uno conocía todas las intimidades del otro. En el corazón de la Madre se habían guardado también cosas que Ella no había llegado a comprender del todo. Treinta y tres años antes había subido un día de febrero al Templo, con su Hijo entre los brazos, para ofrecérselo al Señor. Y fue precisamente aquel día, cuando de labios de un anciano sacerdote oyó aquellas palabras: “A ti, mujer, un día, una espada te atravesará el alma”. Lucas 2: 35

Como a María a muchas mujeres y hombres también hoy una espada atraviesa sus almas por el dolor que viven a causa del abandono de sus esposos(as), el dolor de ver cómo los hijos sufren la ausencia del padre o madre, que, arrastrados por cantos de sirena, han corrido tras una felicidad falsa que solo les dejará vacíos porque la verdadera felicidad solo se vive de la mano de Jesús.

Los años habían pasado pronto y nada había sucedido hasta entonces. En la Cruz se estaba cumpliendo aquella lejana profecía de una espada en su alma.

 

 

 

 

 

 

 

Shemá … consistía originalmente en un único verso que aparece en el quinto y último libro de la Torá, el Libro de Deuteronomio 6:4 que dice: "Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuarta Palabra: ¿Dios mío, Dios mío porque me has desamparado? (Juan 19:28)

 

Soledad es una de las más terribles experiencias que cualquier ser humano pueda tener. Separar a una persona de los demás en una prisión es el castigo más terrible. Psicológicamente afecta en el sentido de que el hombre es un ser social. La soledad de Cristo fue un desamparo espiritual. Su sufrimiento fue sin la ayuda de su naturaleza divina o la intervención del Padre. Jesús quedó solo literalmente

Son casi las tres de la tarde en el Calvario y Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por hacer llegar un poco de aire a sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor. Es una oración tomada del salmo 22, que probablemente recitó completo y en arameo (Eli Eli lama sabachthani), lo cual explica la confusión de los presentes que creyeron ver en esta súplica una llamada de auxilio a Elías. Esto es un acto de profunda soledad y alejamiento de su Padre. Este es el punto más profundo de la cruz. Probablemente este sea el texto más misterioso. ¿Cómo es posible que Dios desampare al justo? ¿Cómo es posible que Dios se separe de su Hijo? ¿Cómo es posible que Dios se separe de sí mismo?

 

1. Señala el profundo abismo que existe entre Dios y la humanidad.

2. Jesús revela que en el sentido más profundo de la palabra, todos estamos desamparados.

3. Jesús se identifica con nosotros. El desamparo de Jesús es el nuestro y su muerte es la nuestra.

 

Esta "primera palabra" pronunciada por el Dios crucificado es, más que un reproche hacia Dios, la oración del justo que sufre y espera en Dios; Jesús, en lugar de desesperar y olvidarse de Dios, clama al Padre pues confía en que él lo escucha, pero Dios no responde, porque ha identificado a su hijo con el pecado por amor a nosotros, y este debe morir, Jesús, colgado en la cruz, es rechazado ahora por el cielo y por la tierra, porque el pecado no tiene lugar.

Cuantas veces en nuestras vidas hemos sentido el abandono de Dios. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? ¿Qué hice Señor? Preguntas y preguntas como la de Cristo que encuentran como respuesta el silencio de Dios. Por lo general, es la mejor respuesta que nos puede dar, pero no lo entenderemos hasta que sepamos que del silencio brota la resurrección. Y en este momento, incorporándose, como puede, grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

No había gritado en el huerto de los Olivos, cuando sus venas reventaron por la tensión que vivía. No había gritado en la flagelación, ni cuando le colocaron la corona de espinas. Ni siquiera lo había hecho en el momento en que le clavaron a la Cruz. Jesús grita ahora. Jesús, el Hijo único, aquel a quien el Padre en el Jordán y en el Tabor había llamado: “Mi Hijo único”, “Mi Predilecto”, “Mi amado”, Jesús en la Cruz se siente abandonado de su Padre. ¿Qué misterio es éste? ¿Cuál es el misterio de Jesús Abandonado, que dirigiéndose a su Padre, no le llama “Padre”, como siempre lo había hecho, sino que le pregunta, como un niño impotente, que por qué le había abandonado?

¿Por qué Jesús se siente abandonado de su Padre? Por el Padre al cual él había a cumplir una misión de Amor; dar la vida para que muchos vivan. Me gustaría poder ayudarte a conocer un poco, y, sobre todo, a contemplar todo el misterio tremendo, y a la vez inmensamente grande, que Jesús vive en este momento. Este momento de la Pasión de Jesús, en que se siente abandonado de su mismo Padre, es el más doloroso para El de toda la Redención. El verdadero drama de la Pasión Jesús lo vivió en este abandono de su padre. Y la Pasión de Jesús, el Hijo bendito del Padre, es el misterio que no tiene nombre, que no hay palabras para describirlo, no lo es simplemente por los azotes, ni por la sangre derramada, ni por la agonía o por la asfixia, sino porque nos hace entrar en el misterio de Dios. Y en este abandono de Jesús, descubrimos el inmenso amor que Jesús tuvo por los hombres y hasta dónde fue capaz de llegar por amor a su Padre. Porque todo lo vivió por haberse ofrecido a devolver a su Padre los hijos que había perdido y por obediencia a Él. Se entrega a la muerte.

 

 

 

 

 

Quinta Palabra: Tengo Sed (Juan 19:28)

 

Por un simple pronunciamiento de su naturaleza divina aquella sed hubiera sido saciada y satisfecha. Pero no Jesús no lo hizo. En esta expresión Jesús expresó su sufrimiento no fingido. Jesús tuvo sed por nosotros, para que tú y yo pudiéramos beber del agua de la vida. (Juan 4:10, Apocalipsis. 7:17; 21:6; 22:1, 17)

 

Es la expresión de un ansia de Cristo en la cruz. Se trata, en primer término, de la sed fisiológica, uno de los mayores tormentos de los crucificados. La palabra está tomada de los salmos 22:15. Se interpreta en sentido alegórico: la sed espiritual de Cristo de consumar la redención para la salvación de todos. Cuadra con la estructura del cuarto evangelio, y nos evoca la sed espiritual que Cristo experimentó junto al pozo de la Samaritana. Muestra la humanidad de Jesucristo, es un hombre real, no un fantasma sino un ser humano verdadero. Su dolor fue tan real como el nuestro. El vinagre (Marcos 15:23) vino mezclado con mirra. Se le daba al crucificado para endrogar al penitente. Se le daba para que la pena del crucificado no fuera tan amarga. El vino ayudaría al crucificado a olvidar su dolor.

Muchas personas desean escapar su dolor en las drogas y el alcohol. Cristo nos enseña otro camino: Jesús enfrentó su futuro. Ante la copa que estaba tomando, Jesús se negó a tomar el vino que se le ofrecía.

Esta "quinta palabra" es lo más pequeño que Jesús gritó desde la cruz, pero una de las cosas más humanas y más profundas. La sed es algo profundamente humano y natural, tan necesario para conservar la vida tanto casi como la misma existencia de Dios que nos conserva; pero la sed de Cristo es mucho más profunda no puede ser calmada solo con agua, es la sed de que todos sus hermanos puedan tener agua y comida suficiente... es la sed de los pobres de ayer, de hoy y de siempre. ¿Nos preocupamos de calmar la sed de nuestro pueblo?

1. Uno de los más terribles tormentos de los crucificados era la sed.

2. La deshidratación que sufrían, debido a la pérdida de sangre, era un tormento durísimo. Y Jesús, por lo que sabemos, no había bebido desde la tarde anterior.

3. No es extraño que tuviera sed; lo extraño es que lo dijera.

4. La sed que experimentó Jesús en la Cruz fue una sed física. Expresó en aquel momento estar necesitado de algo tan elemental como es el agua. Y pidió, “por favor”, un poco de agua, como hace cualquier enfermo o moribundo.

Jesús se hacía así solidario con todos, pequeños o grandes, sanos o enfermos, que necesitan y piden un poco de agua. Y es hermoso pensar que cualquier ayuda prestada a un moribundo, nos hace recordar que Jesús también pidió un poco de agua antes de morir. Pero no podemos olvidar el detalle que señala el Evangelista San Juan: Jesús dijo: “Tengo sed”. “Para que se cumpliera la Escritura”, dice San Juan (Juan.19:28).

Jesús habló en esta quinta Palabra de “su sed”. Aquella sed que vivía El cómo Redentor. Jesús, en aquel momento de la Cruz, cuando está realizando la Redención de los hombres, pedía otra bebida distinta del agua o del vinagre que le dieron. Poco más de dos años antes, Jesús se había encontrado junto al pozo de Sicar con una mujer de Samaria, a la que había pedido de beber. “Dame de beber”. Pero el agua que le pedía no era la del pozo. Era la conversión de aquella mujer. Ahora, casi tres años después, San Juan que relata este pasaje, quiere hacernos ver que Jesús tiene otra clase de sed. Es como aquella sed de Samaria. “La sed del cuerpo, con ser grande es limitada". "La sed espiritual es infinita”. Jesús tenía sed de que todos recibieran la vida abundante que Él había merecido. De que no se hiciera inútil la redención. Sed de manifestarnos a Su Padre. De que creyéramos en Su amor. De que viviéramos una profunda relación con El. Porque todo está aquí: en la relación que tenemos con Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

Sexta Palabra: Consumado Es (Juan 19:30)

 

Sus tres años y medio de ministerio se completan en la cruz. Muchas escenas de su infancia, ministerio y encuentros con personas pasan por su mente hasta que admite: Consumado es. En el calvario caducó el antiguo pacto de la ley, y un nuevo pacto entra en vigor. (Pacto de La gracia)

«Todo está cumplido» Se puede interpretar como la proclamación en boca de Cristo del cumplimiento perfecto de la Sagrada Escritura en su persona. Esta palabra pone de manifiesto que Jesús era consciente de que había cumplido hasta el último detalle su misión redentora. Es el broche de oro que corona el programa de su vida: cumplir la Escritura haciendo siempre la voluntad del Padre (Mateo 5:17). Es una declaración de victoria. Cristo había cumplido su misión, había conseguido el propósito para el que fue enviado – la salvación de su pueblo. Con su obediencia perfecta, Jesucristo cumplió la ley en toda su totalidad. Durante su vida Jesús guardó la ley en toda su perfección, es lo que llamamos ‘obediencia activa’; en su muerte de cruz, Jesús llevó el castigo que requería la ley de todos aquellos que rompían sus ordenanzas. Jesús logró ambas cosas a favor nuestro.

Por medio de su vida y su muerte podemos ser justificados delante del Dios padre. Somos justos porque su justicia es contada a nosotros por medio de la fe. Somos libres de condenación porque la culpa por todos nuestros pecados fue puesta sobre los lomos de Cristo y por eso podemos ser libres de condenación. Cristo hizo una obra completa, no solamente nos quitó la culpa de nuestra cuenta, sino que también nos aseguró la vida eterna. Jesús fue no solamente el cordero sino también el sumo sacerdote. Gracias a la muerte de Cristo hoy podemos nosotros allegarnos a Dios por medio de Jesús. En la cruz de Cristo: el diablo fue destruido, la ley fue cumplida, y nuestro pecado fue quitado.

No hay acusación, el abismo de separación entre Dios y los hombres ha desaparecido. La cruz de Cristo revela la justicia divina. La cruz abre la puerta al cielo a todo aquel que le cree a él. "todo está cumplido" y murió... si hubiéramos seguido paso a paso el drama de la vida de Jesús como en una telenovela, en este momento deberíamos romper en llanto, porque el autor y actor principal ha muerto, para una película este no sería un buen final, pues muere el protagonista.

Pero como esto no es ni una telenovela ni una película, tratándose de la vida real, o de "la más real de las vidas", nos acongojamos y sufrimos por la muerte de nuestro redentor, pero por uno de esos misterios tan grandes de nuestro existir, la vida posee una ambigüedad tan grande que a la vez nos alegramos por la muerte, porque sabemos que luego viene la resurrección y la vida definitiva junto al Padre. Jesús finaliza su misión entre nosotros... nos ha dado su mensaje, y algunos, aunque sin entenderlo mucho, han hecho caso al llamado y se han empapado del mensaje del Reino y de la misericordia del Padre... ahora nos toca a nosotros, somos los portadores de un mensaje que no es nuestro, el mensaje de que "todo se ha cumplido" y la redención fue consumada por Cristo desde la Cruz y la resurrección.

 

Estas palabras no son las de un hombre acabado. No son las palabras de quien tenía ganas de llegar al final. Son el grito triunfante del vencedor. Estas palabras manifiestan la conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo: dar la vida por la salvación de todos los hombres. Jesús ha cumplido todo lo que debía hacer. Vino a la tierra para cumplir la voluntad de su Padre. Y la ha realizado hasta el fondo. Le habían dicho lo que tenía que hacer. Y lo hizo. Le dijo su Padre que anunciara a los hombres la pobreza, y nació en Belén, pobre. Le dijo que anunciara el trabajo y vivió treinta años trabajando en Nazaret. Le dijo que anunciara el Reino de Dios y dedicó los tres últimos años de su vida a descubrirnos el milagro de ese Reino, que es el corazón de Dios. La muerte de Jesús fue una muerte joven; pero no fue una muerte, ni una vida malograda. Sólo tiene una muerte malograda, quien muere inmaduro. Aquel a quien la muerte le sorprende con la vida vacía. Porque en la vida sólo vale, sólo queda aquello que se ha construido sobre Dios. Y ahora Jesús se abandona en las manos de su Padre. “Padre, en tus manos pongo mi Espíritu”. Las manos de Dios son manos paternales. Las manos de Dios son manos de salvación y no de condenación. Dios es un Padre. Antes de Cristo, sabíamos que Dios era el Creador del mundo. Sabíamos que era Infinito y todopoderoso, pero no sabíamos hasta qué punto Dios nos amaba. Hasta qué punto Dios es PADRE. El Padre más Padre que existe. Y Jesús sabe que va a descansar al corazón de ese Padre.

 

 

Séptima Palabra: Padre, en tus manos entrego mí espíritu (Lucas 23:46)

 

El Unigénito de Dios no estuvo exento de la muerte. Nació humanamente y murió humanamente. Su madre lo vio nacer y también lo vio morir. Sin su muerte la expiación jamás se hubiera llevado a cabo. Jesús fue el cordero escogido desde la eternidad. (1 Pedro 1:19-20) Jesús fue el cordero mudo que se dejo llevar al matadero. (Isaías 53:7) Jesús fue el cordero inmolado. (Apocalipsis. 5:12) Jesús fue el cordero de Dios que quita el pecado. Juan 1:29.

 

Esta palabra expresa la oblación de la propia vida, que Jesús pone a disposición del Padre. Evoca el que el justo atormentado confía su vida al Dios bondadoso y fiel. En Cristo toda se había cumplido, sólo quedaba morir, lo que acepta con agrado y libremente. Esteban, protomártir cristiano, que imitó a Cristo en la primera palabra, lo hizo también en esta última, encomendando su espíritu en el Señor Jesús (Hechos 7:59). Abba, una palabra intima para referirse al ‘padre’. Jesús dando cumplimiento a la profecía (Salmo 22:8) puso su espíritu en manos de su padre amado. Jesús pone su espíritu el cual salía de su cuerpo en aquella hora, al cuidado del Dios Padre. Las últimas palabras de Jesús nos muestran un principio que todos los que tenemos a Dios como Padre podemos seguir. Cuando llegue el momento de partir de este mundo, digamos tal como Jesús mismo dijo, “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”. Esteban pudo hacerlo, quiera Dios que nosotros también podamos en su debido momento.

 

 

 

 

Nosotros debemos intentar que cada día de nuestras vidas esté en las manos del Padre. Lamentablemente en nuestro tiempo esto parece volverse imposible, nuestra cultura no entiende que los tiempos de Dios no son los nuestros y en cada momento confía más en sus fuerzas que en las de Dios.

Hoy parece que vivimos como si Dios no existiera, o por lo menos como si no tuviera influencia en nuestras vidas, hemos tomado solos las riendas de nuestras vidas y nos ha ido bastante mal pues no hemos puesto nuestro espíritu en las manos del Padre. ¿Cuántas veces he empezado algo sin rezar antes? ¡Y después me quejo de cómo me va! Todas esas veces fui crucificado, pero sin esperanzas de resurrección... pues ¿quién nos da la vida?

Y el que había temido al pecado, y había gritado: “¿Por qué me has abandonado?”, no tiene miedo en absoluto a la muerte, porque sabe que le espera el amor infinito de Su Padre. Durante tres años se lanzó por los caminos y por las sinagogas, por las ciudades y por las montañas, para gritar y proclamar que Aquel, a quien en la historia de Israel se le llamaba “El”, “Elohim”, “El Eterno”, “El sin nombre”, sin dejar de ser aquello, era Su Padre. Y también, nuestro Padre. Y el hecho de que tenga seis mil millones de hijos en el mundo, eso no impide que a cada uno de nosotros nos mime y nos cuide como a un hijo único. Y, salvadas todas las distancias, también nosotros podemos decir, lo mismo que Jesús: “Dios es mi Padre”, “los designios de mi Padre”, “la voluntad de mi Padre”. Y si es cierto que es un Padre Todopoderoso, también es cierto que lo es todo cariñoso. Y en las mismas manos que sostiene el mundo, en esas mismas manos lleva escrito nuestro nombre, mi nombre. Y, a veces, cuando la gente dice: “Yo estoy solo en el mundo”, “a mí nadie me quiere”, El, el padre del Cielo, responde: “No. Eso no es cierto. Yo siempre estoy contigo”. Hay que vivir con la alegre noticia de que Dios es el Padre que cuida de nosotros. Y, aunque a veces sus caminos sean incomprensibles, tener la seguridad de que El sabe mejor que nosotros lo que hace. Hay que amar a Dios, sí. Pero también hay que dejarse amar y querer por Dios. En las manos de ese Padre que Jesús conocía y amaba tan entrañablemente, es donde Él puso su espíritu.

 

Conclusión: Hermanos queridos después de esta reflexión de las siete palabras de Cristo en la Cruz, podemos decir lo siguiente: Cuando Cristo dijo su última palabra, en la Biblia se explica que el velo del templo se rasgó. Ya no más había que ir a Jerusalén una vez al año para ofrecer un sacrificio el día de la

expiación. El sacrificio perfecto ha sido completado y tanto usted como yo tenemos acceso a la presencia de Dios por medio de Cristo. "Único puente entre Dios y los Hombres".


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